viernes, 13 de abril de 2007

Un mensaje inesperado

La mayoría de la gente no hubiera podido diferenciarlo del movimiento normal del agua del río, pero su abuelo le había enseñado a conocer e interpretar las sutiles variaciones que rompían la armonía en el aparentemente salvaje y caótico descenso de sus aguas. Movió con suavidad y precisión la caña que tenía entre las manos y, en un instante, un inequívoco tirón le indicó que la presa había caído en la trampa. Sus manos, extrañamente expertas para alguien de su edad, tiraron de la caña sin dar opciones de escapar a un ejemplar de respetable tamaño. Una sonrisa de triunfo se dibujó en su cara. Unos metros más allá, su anciano aunque fornido acompañante sacaba en ese momento su captura del agua y, tras recogerla, se dirigió al joven y con una palmada en la espalda le indicó que era hora de volver. En silencio, invisibles y silenciosos, iniciaron el camino de regreso a casa.


Como dos sombras recorrían un bosque que se conocían palmo a palmo y al que parecían pertenecer. Incluso las propias criaturas del bosque eran a menudo sorprendidas por su repentina aparición. Artior conocía el bosque en el que había crecido y, desde niño, su abuelo le había enseñado a escuchar y comprender cada nuevo sonido, cada nuevo olor, cada cambio en la coloración de las hojas. Rara vez algo le era desconocido en aquella espesura, y nunca por mucho tiempo. Oyó un leve crepitar de unas hojas que le hizo presagiar la aparición de un escurridizo zorro que no tardó en volverse a ocultar tras los matorrales. Inconscientemente, un suave aletear le hizo saber que un petirrojo se escondía tras un gran roble y, mientras tanto, se agachaba para recoger un deliciosas fresas silvestres sin apenas retrasar su marcha. Se sentía seguro en aquel bosque, pues ése era su hogar. Pronto llegaron a una pequeña construcción que hubiera podido pasar desapercibida a quienes no supieran que estaba allí, pues completaba una pequeña colina de forma casi natural y la misma espesura del bosque se encargaba de ocultar la parte más visible. Entraron en ella y se dispusieron a preparar la cena.


- Abuelo, mañana debería acercarme al pueblo para ver si ya ha llegado el encargo que hiciste- Dijo Artior distraídamente mientras preparaba una de las piezas capturadas para la cena
- Mejor sería que esperaras un día más.
- ¿Por qué? Herfren dijo que estaría hoy por la tarde.
- Si, pero me contó que su sobrina Daphny iba mañana a la ciudad y no estará en todo el día - Contesto Drentor, quien no pudo evitar soltar una carcajada al ver color rojo que tomaba la cara de Artior.

Artior no puedo evitar que cierto asombro e incluso un ligero enojo, pero sobre todo vergüenza invadiera su cuerpo. Él que podía ocultarse en el bosque incluso a su abuelo, no podía disimular que aquellas trenzas doradas que se posaban con suavidad sobre los hermosos senos que se adivinaban bajo la ropa ajustada de Daphny, le volvían loco. La conocía desde pequeños, pero este último verano su cuerpo había tomado unas formas que había despertado en él un sentimiento desconocido y que a ella no parecía desagradarle.

- Vamos, no te pongas así - le decía sin poder parar de reír. -Te he visto enfrentarte a un oso, pero no te atreves con ella- Y tras soltar una nueva carcajada siguió afilando unos cuchillos, dejando a un colorado Artior sumido en sus pensamientos.


Un sonido no desconocido, pero si excepcional interrumpió sus pensamientos. Artior miró a Drentor mientras éste, cuyo rostro había tomado un semblante serio, abría una de las ventanas y miraba al horizonte donde empezaba a hacer su aparición la Luna de Endra, que no se mostraría en todo su esplendor hasta la próxima estación, la Estación de Endra.

Mientras preparaba la cena, Artior observaba como algo de preocupación y tristeza aparecía en el rostro de Drentor, habitualmente alegre. No recordaba haberlo visto antes así, ni siquiera las pocas veces que lo veía enfadado o cuando le pegaba bronca, algo muy habitual unos años antes. Era obvio que aquello no era inesperado, pero tampoco carente de importancia. Algo estaba apunto de pasar y tendría que esperar puesto que sabía que de nada servirá de preguntar a su abuelo: de haber querido contarle algo ya lo hubiera hecho.

Tras unos minutos que parecieron eternos, un hermoso y poderoso halcón se posó sobre la repisa. Drentor se acercó, cogió el mensaje que guardaba el ave y ésta se alejó inmediatamente. No era la primera vez que Artior había visto aquella hermosa ave pero siempre antes había permanecido con ellos unas horas hasta recoger el mensaje de respuesta, comiendo algo y dando la sensación de que un viejo camarada estaba de visita. No obstante, aquella vez era diferente y a Drentor pareció también sorprenderle el comportamiento del halcón. Cerró la ventana, desenrolló el mensaje y, para sorpresa de Artior, pronunció con fuerza unas palabras en la lengua de la magia. Aunque en realidad desconocía el pasado de su abuelo, Artior no ignoraba que éste poseía ciertos conocimientos de magia e incluso le había mostrado algo de ella en alguna ocasión, mas cuando le pedía que le enseñara éste se negaba argumentando que ése no era el momento, ni él maestro adecuado. Así pues, lo realmente extraño no era que Drentor usara magia sino que el mensaje estuviera protegido por ella. Realmente algo importante había en ese mensaje para tener la necesidad de ir tan bien protegido.

Drentor frunció el ceño parecía haber algo en esa carta que no esperaba y, tras unos minutos de silencio, finalmente habló:
- La hora finalmente ha llegado, pero los acontecimientos se han desencadenado y tenemos que estar preparados. Cena rápido y prepara tu mochila para un viaje largo, y llévate todo aquello que no quieras dejar atrás, pues puede que tardes mucho en regresar. Mañana será un día largo y necesitará estar descansado, así que no me esperes despierto, yo he de bajar al pueblo ahora. Sé que esto es repentino pero ahora no hay tiempo para explicarlo, mañana hablaremos. Y no te comas toda la cena - dijo guiñando un ojo y volviendo en parte a un expresión jovial. No obstante la preocupación no desapareció de su rostro.

- ¿La hora finalmente ha llegado? ¿A estás horas has de salir...? ¿Qué quieres decir con tardaremos mucho en regresar? - No fue necesario una respuesta. Algo grave ocurría y estaba claro que las respuestas tendrían que esperar al día siguiente. Tras salir Drentor acabó de preparar la cena de mala gana y, tras forzarse a dar cuenta de su parte, preparó el equipaje con cuidado y se fue a dormir, aunque no pudo pegar ojo y apenas descansar.


Al cabo de un par de horas pudo percibir que alguien se acercaba a la cabaña con la respiración entrecortada por el esfuerzo, lo cual le apartó de su pensamientos. No era su abuelo pero lo era en absoluto desconocido ¿Que hacía allí a estas horas?


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